viernes, 11 de mayo de 2012

Un pedazo de siglo en su voz


(…) tiene mi abuela ojitos de estrellas
tiene mil auroras en su corazón (…)
quedó arrugadita una navidad
de tanto más dar ternuras
quedó sin sol en su espalda
tiene un pedazo de siglo en su voz (…)
   Luis Miguel (intérprete)

Aunque algunas insisten en teñir las canas que el tiempo ha hecho copiosas en la cabellera, la pequeña mano que se aferra a su cuello en un fuerte abrazo, los caprichos complacidos, los mimos desmedidos y esa vocecilla que repite abuela una y otra vez, las delata.
Muchas afirman que serlo es la dicha de volver a ser madre, pero esta vez con más experiencia, sin el susto por lo desconocido, con más tiempo para dedicarlo por entero a esas criaturitas que te roban el alma con una sonrisa.
Ellas se hacen imprescindibles en sus desvelos, en el consejo oportuno y en la paciencia ganada con los años.
 ¿Qué sería el mundo sin abuelas, sin ese repertorio de canciones y juegos que han almacenado, sin esa mano fuerte que guía los primeros pasos torpes, sin esa enciclopedia de remedios caseros que sanan dolencias, sin esos brazos extendidos que siempre están dispuestos a cuidarlos y a mimarlos, sin los más deliciosos dulces preparados especialmente para los nietos?
A medida que esos pequeñines van aumentando la talla de su ropa pueden tornarse en ocasiones resabiosas, un poco peleonas, pero como un impulso de amor se regocija cuando vuelve a acunar en su pecho a esos seres que la llenan de vida.
Bienaventurados los que aún disfruten de su presencia, unas activas, con piernas aún fuertes y mentes lúcidas, otras, con los pesares de los años como grilletes a sus pies, con la memoria traviesa que gusta hacer trampas, pero todas emanan la sensación de paz mientras las mira, su piel destila un olor especial, sin definición específica: es olor a abuela.
Por eso, si la vida aún nos las regala, no las desperdiciemos ni un instante, amémoslas como ellas a nosotros. Seamos el bastón de esos pasos lentos como ellas fueron un día la guía de los primeros nuestros, aliviemos la carga de esa espalda encorvada y adolorida, respondamos con paciencia sus preguntas  o sus anécdotas que se repiten a diario, recordemos que un día escucharon las que hacíamos en la infancia, entendámoslas si la memoria dejó un espacio vacío, los años dejan averías en la misma mente que fue alacena de las canciones, cuentos y adivinanzas con las que crecimos.
Reciproquemos su ternura con besos inagotables, con paciencia y comprensión. Hagamos de su vejez un remanso de paz, puede ser que mañana no esté y extrañemos ese pedazo de luz, con andar despacio, olor dulce y un pedazo de siglo en la voz iluminando nuestros días.






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