martes, 22 de mayo de 2012

Mayo, para los del surco


Mayo les pertenece a todos los que viven, con raíces profundas como bejuco, en estas tierras cubanas. A los que son de la loma y del llano, del río y del tomeguín que les anuncia cada mañana el nuevo día.
A los que en la aurora abren sus puertas y con mil historias en la boca, con candidez y humildad cuentan sus venturas y desventuras con palabras melódicas, que cantan con el propio ritmo de los campos.
Mayo es el mes de esos que prefieren hacer el café en coladera y brindarlo sin recelos a quien toque la puerta, de los que conocen el idioma de la luna y las plantas, de los refranes y los remedios, de los animales y de la tierra.
De esos que mojan la camisa con trabajo y queman su piel en el surco, de los que disfrutan el retoño y la cosecha, de los que velan como esposas propias a  cada uno de sus cultivos.
De los que sufren la lejanía, el fatalismo geográfico y muchas veces el olvido, e incluso así, prefieren del framboyán sus flores y no la vaina, y anclan su vida a ese pedazo de cielo que constituye para ellos la serranía.
 De los que saben del jugo de la naranja y el mango sin polvos artificiales y sin industrias que saquen su extracto. O del néctar de las abejas conociendo el dolor de su agujón y el sabor de la cera.
Es de quienes están lejos de saber de cifras de cumplimiento o ingresos al país, sino del machete que corta en el vaivén constante de la mano cada caña espigada en el campo,  recoge cada grano maduro de los cafetos y ve nacer y morir el sol junto a la tierra.
En el quinto mes del año, festejan quienes a diario le hacen el amor al labrado para hacerles nacer frutos que son del suelo y de su sangre, del cuidado y del empeño.
Mayo y su 17 es simplemente para los campesinos.

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