Permanecen en una de las más céntricas
esquinas de la ciudad. Ni el ruido ensordecedor de los carros ni el paso
agitado y caluroso de los transeúntes pueden opacar a la singular agrupación.
A simple
vista el cuarteto nombrado Jubilados del Caribe, con hombres de la tercera
edad, puede parecerse a otros de los tantos que existen en esta urbe musical,
pero un sonido diferente los define, entre sus integrantes hay uno que canta
silbando mientras mueve rítmicamente las maracas.
“Nosotros
nos conocíamos desde antes, siempre nos hemos ganado la vida cantando y al
pasar los años, el destino nos reunió poco a poco. Este rincón es nuestro a
partir de un proyecto del Conservador de la Ciudad de rescatar las agrupaciones de música
tradicional y ubicarlas en algunos lugares de Santiago de Cuba como este
situado frente al Museo Emilio Bacardí en el Patio Madrigalista. Otros se
encuentran en el Parque Céspedes o en el Boulevar”, cuenta el director Laudelino
González Gutiérrez.
Una de las
atracciones musicales lo constituye Rudy Joaquín Chávez, de hablar rápido y muy
dispuesto a la conversación jaranera, como buen santiaguero que es.
“Para lo
único que yo silbaba era para llamar a alguien o saludar, como la mayoría de
los hombres cubanos y hace como un año pensé que podía silbar mientras
trabajábamos y ha dado buenos resultados, muchos se paran a escuchar, sobre
todo los turistas que piden un repertorio específico en el que figura el son, el
bolero o algunos temas internacionales y les llama mucho la atención la manera
de cantar silbando”.
Trabajó
muchos años como músico en Checoslovaquia, maneja el idioma de este país, por
eso cuando algún extranjero se identifica como checo es muy versátil
comunicándose y “practica un poco de vez en cuando”, así dice él.
¿Usted
fuma?
Sí, hasta
una cajetilla de cigarros diaria sin embargo puedo silbar hasta siete canciones
seguidas sin que me sienta ahogado, le doy gracias a dios por darme esa gracia.
¿Y de dónde
puede provenir esa capacidad respiratoria?
Yo soy de la Bahía de Nipe, en Felton,
Holguín. Crecí cerca del mar, nadé antes casi que de caminar, -me cuenta entre
risas por su exageración-, y antes de tirarme
al mar realizaba ejercicios respiratorios, quizás eso me ha ayudado bastante,
pero no me había percatado hasta ahora”.
¿Alguno de
sus hijos ha intentado seguir sus pasos?
“Tengo dos
hijos que se han inclinado por la música, uno de ellos toca la guitarra, pero
nunca han intentado cantar silbando, de hecho no creo que sepan ni siquiera que
yo lo hago”.
A los
santiagueros en vez de sangre nos corre música por las venas, en cada uno
podemos encontrar un instrumento improvisado: al piropear con un silbido
singular, al poner las fichas del dominó o en las descargas callejeras con los
amigos del barrio.
El hombre
que silba es muestra de los que somos. No se conoce a nadie en Santiago que
realice lo mismo.
Para los
que vivimos en estas tierras, acostumbrados a encontrar música en cada escondrijo,
nos puede parecer cotidiano un cuarteto que interpreta la música tradicional
cubana, pero al escuchar que alguien silba al compás de las melodías que producen la guitarra, el
cuatro, el contrabajo y las maracas, esto paraliza al caminante o hace voltear
la mirada hasta del más apurado transeúnte.