martes, 23 de septiembre de 2014

Tengo un amigo que se parece al Quijote



No hay nada más parecido al Quijote que un amigo mío. Es espigado como una vara, en vez de sombrero de ala ancha con barba pequeña usa una boina. Es el loco más cuerdo que he conocido. Es amante de las tierras y pueblos americanos, de esos que sangran la pobreza y el exterminio durante siglos.
Su arma es una Nikon al que no se le escapa nunca la expresión
latinoamericana. Tiene miles de historias de luchas, enfrentamientos y viajes por todo el continente conociendo a su gente, a la misma que sufre y sobrevive el desgarro de la tierra y la miseria arraigada.
De la misma gente que ha luchado por un porvenir social más justo a donde puedan acceder a las riquezas de sus suelos con el sudor de trabajo.
Ese amigo mío se llama Carlos, un nombre tan común y tan latino como él, aunque vive en Estados Unidos es un mexicano que emigró desde muy niño y conoció de los dolores de vivir en tierra extranjera.
Es admirador de Fidel, del Che y de Cuba.  En ocasiones se atreve a escribir, modestamente cuando le brotan versos del alma:


"Compañero Fidel"

Cuanto gusto vivir tu época,
cuanto gusto verte a lo largo en tu
verde y olivo, siempre en honor
a los caídos en el camino a la victoria,
siempre, a pesar lo gigante que eres
modestamente andar entre el mundo y pueblos
sin una medalla de gloria haciendo inútil peso
a tu sencillo traje de "Comandante de las Américas",
no hay medalla o broches de premios que exhibe
tu grandeza moral e historia, tan alta como
las palmas real, alcanzando el cielo azul cubano,
de punta a punta, a lo largo de cincuenta años,
sin tregua ninguna, mientras almas de tu querido pueblo te esperan como hermano, compañero,
estrechan la mano, ambos historia saludan con el cariño caribeño, que abunda y brilla La Perla Antillana,
Isla de Martí.

El verdadero valor del tiempo



En el transcurso de la vida no pocos acontecimientos te estremecen el suelo, sobre todo cuando perdemos a alguien cercano. Nos percatamos que todos estamos de paso y que el tiempo es corto, increíblemente corto.
Y es cuando nos repensamos y cuestionamos si el que aún disponemos lo pasamos como soñamos alguna vez.  Cuántas preocupaciones trastornan a diario el descanso de muchos y nos ponemos metas para ser felices, sin percatarnos que estamos viviendo mientras tanto y que tenemos a la mano pequeños detalles que marcan la diferencia, la salud de nuestros niños, la unión familiar, la llamada del amigo que a pesar de la distancia y de no tener la juventud de los años universitarios en que se compartían de las fiestas y de los tragos del ron más barato, aún persiste la amistad incondicional.
Una profesión que ejercemos con placer, aunque quizás no sea la mejor remunerada, un gran amor, los padres o abuelos vivos aunque los achaques marquen el ineludible almanaque, una mascota que muestra lealtad con cada movimiento de la cola o el lamido inesperado, las plantas que florecen agradecidas en nuestro jardín por cada vez que las regamos ...
Sin embargo no pocos esperan angustiados un mejor salario, el viaje al extranjero, la casa de sus sueños y pasan por alto esas pequeñas cosas, en las que casi nunca reparamos hasta que no la perdemos.
El tiempo pisa los talones sin manera de retroceder y de nosotros depende disfrutarlo de la mejor manera que esté a nuestro alcance. Si bien es cierto que para los cubanos la cotidianidad se torna en no pocas ocasiones difícil por las escaseces, si no siempre la economía familiar posibilita acudir a diversos lugares de recreación y esparcimiento, podemos encontrar al menos esos pequeños momentos de placer que  hacen de la existencia un poco más llevadera.

 La vida es corta y es natural soñar con mejores oportunidades, trazarnos metas, proponernos alcanzar el cielo, es la única manera de desarrollarnos como personas, pero en el camino a este horizontes anhelado, disfrutemos del paisaje, hagamos amigos, amemos a quien tengamos al lado, despeinémonos y bailemos como si nadie nos estuviera viendo.
Valoremos a las personas que comparten sus días con los nuestros y no perdamos la oportunidad de decirles cuánto la amamos, nunca sabemos cuándo será la última vez.
Hace un tiempo leí que cada persona tiene un banco de tiempo, que cada mañana te acredita 86 400 segundos, al llegar la noche borra y da como pérdida  cualquier cantidad de este crédito que no se use con buen propósito. Este banco no arrastra saldos ni permite sobregiros. Cada noche borra el crédito del día, no puedes dar marcha atrás, solo queda el arrepentimiento por el saldo que no usaste como hubieses querido.
La vida pasa, con asombro nos delata el espejo como se escapó la lozanía de la juventud, o cómo los años ya dejan ver la madurez en las canas que empiezan a aparecer o en la marca de la frente que se niega a desaparecer aunque te empeñes en estirar la piel.
El momento para ser feliz es ahora, con lo que tenemos sin dejar de tener aspiraciones, nunca sabemos cuando se nos acabe el crédito que el tiempo nos da.