La maternidad sin lugar a dudas te hace revivir muchas
etapas de la vida. Ya perdí la cuenta de las canciones de cuna que he desempolvado, he vuelto a saltar tacha y suiza, retornar
a los libros de colorear, releer mil veces el mismo cuento infantil…hasta montado carreolas y usado el bate.
Pero hace unos días viví
algo sorprendente, “empecé otra vez la escuela”. Sentí el mismo huracán en el
estómago de aquellos 6 años al comenzar en una escuela nueva. Mi pequeño, por
esas casualidades de la vida, inicia su primer grado en el mismo centro
educacional por el que un día yo también cursé mis estudios primarios. Siempre
el inicio, lo nuevo, suele provocar llantos, miedos, preguntas… pero sentí la
confianza de que una maestra me sustituirá la mayor parte del día brindando
amor, además de sabiduría.
Esta maestra, a pesar de su juventud, me hizo recordar a
Zenaida, educadora que con la que descubrí el
mundo de las letras y los números, que desde esa edad precoz me pronosticó que
mi vida giraría en torno a las palabras. O a Josefa, que encontró en los
títeres los mejores aliados para los pequeños que empezaban esta enseñanza.
Reconocí las mismas pizarras, gastadas por el tiempo y las
tizas; pero no estaban cansadas. Al contario, listas para cargar más trazos. Reconocí
también la misma plaza en la que me pusieron la pañoleta y en octubre se la
pondrán a mi pequeño, en la que aprendía a izar y doblar la bandera más hermosa
del mundo: la cubana, en la que juré ser como el Che y recité los versos del
poema Abdala escrito por Martí. Allí hice amigos para toda la vida.
Forrando los libros redescubrí a mis viejos amigos Lapicín y
Margarita, qué niños cubanos no los recuerdan. Me alegré de ver cómo cada
estudiante hoy tiene al alcance los materiales necesarios, algunos de los que
carecí por ser una generación de periodos difíciles.
Yo tuve que borrar
cuadernos de trabajos de otros para rescribirlos, el país no podía fabricar
nuevos, escribí con mochitos de lápices que se alargaban con tapas de
bolígrafos, me colgaba la goma al cuello, porque en esa época era difícil
conseguir alguna y esa debía durar el curso entero, yo también llevaba
refuerzos para el almuerzo que podía ser desde huevo hasta platanitos fritos
con azúcar y escribí en hojas escritas al reverso. Mis blusas de uniforme
fueron heredadas de mi hermana y se hicieron transparente hasta que la talla se
achicó. En aquel tiempo no estábamos en condiciones de fabricar uniformes para
todos los continuantes.
A pesar de todo, aprendí. Carencias hubo miles pero nunca me
faltó una maestra. Ahora, al paso del tiempo, entiendo la inmensidad de esta
profesión, ellas como miles de cubanos también debieron sufrir de necesidades y
apagones, sin embargo nunca les faltó la paciencia
para enseñar.
Hoy miro a mi pequeño por las mañanas y siento que es un
niño privilegiado. La educación en Cuba siempre ha sido una tarea de titanes,
aún en difíciles condiciones como las de las escuelas serranas, hospitales pediátricos
o con carencias materiales, nunca ha faltado un educador dispuesto a mostrar el
mundo de la sabiduría.
A veces no valoramos estos detalles, en ocasiones lo
convertimos en slogan pero cuando hay que volver a vivirlos, cuando comparas
con tu pasado, te sientes orgullosa y
sin dudas, quisieras volver a empezar el curso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario