miércoles, 20 de septiembre de 2017

Plácido o Paraiso




Yamilé Mateo Arañó
Existen nombres de calles que recuerdan épocas vividas, nombres de héroes,  de establecimientos o comercios que existieron en ellas; pero hay otras, que reflejan la ocurrencia del santiaguero.
Existe una historia desempolvada por el cronista Ramón Cisneros Jústiz que recuerda el origen de la calle Paraíso y que relata que cierta vez que se le hacía justicia a un convicto y confeso criminal de larga historia penal, el público exclamaba frenético: ¡qué se vaya al infierno!
En tanto el reo ya preparado para ir a la horca, en los estertores de la agonía, movía las piernas como en una macabra danza y esto motivó a un santiaguero guasón a exclamar ¡qué infierno ni ocho cuartos, que va, este va pa´l paraíso! ¿No ven cómo baila?
Aquello impresionó tanto a los presentes que empezó a llamarse paraíso a la horca y a la calle que hasta entonces se nombraba Santiago.
Hasta nuestros días ha trascendido con dicha denominación, aunque oficialmente se llama Plácido, por el poeta mulato que fue condenado a la horca por su participación en la Conspiración de la Escalera.
Existen relatos como este que muchos no conocen, que denotan la jocosidad y la ocurrencia del santiaguero desde siempre, y aunque fueron parte de la cotidianidad en alguna época, dejaron sus huellas en las leyendas citadinas.


De platos y sabores





 autora: YAMILÉ MATEO

Hoy es buen día para convidar a la familia y preparar una comida especial para disfrutar juntos. En la mesa no puede faltar el congrí, ni un buen fricasé, quizás acompañados de tostones de plátano y quien sabe si para terminar un delicioso arroz con leche.
Umm, de pensarlo se hace agua la boca y es que esos son platos tradicionales de la mesa cubana, sobre todo de la santiaguera, pero ¿se ha preguntado alguna vez de dónde vinieron esas recetas, quién las preparó por vez primera en esta ciudad hasta patentizarlo en estas tierras y hacerlas criollas?
Seguro que sí, por eso les cuento que esos platos son parte de la deliciosa herencia de los franceses y sus esclavos haitianos. ¡Tremendo ajiaco cultural! Y hablando de ajiaco, esa exquisita comida donde se mezclan carnes, viandas y caldos es también parte de la huella franco-haitiana; interesante ¿verdad?
Los buñuelos de malangas tan comunes en las cenas de fin de año y  la crema de vie; el jigote, la harina dulce y salada y lo tubérculos hervidos con mojo forman parte también de la herencia culinaria de esa cultura que se instaló en Santiago de Cuba, y a cambio de cobija, brindó esplendor económico, nuevas costumbres y otros modos de vida que le dieron el brillo que hoy distingue a esta auténtica ciudad.




viernes, 14 de octubre de 2016

Yo también empecé un nuevo curso



La maternidad sin lugar a dudas te hace revivir muchas etapas de la vida. Ya perdí la cuenta de las canciones de cuna que he desempolvado, he vuelto a saltar tacha y suiza, retornar a los libros de colorear, releer mil veces el mismo cuento infantil…hasta montado carreolas y usado el bate.
 Pero hace unos días viví algo sorprendente, “empecé otra vez  la escuela”. Sentí el mismo huracán en el estómago de aquellos 6 años al comenzar en una escuela nueva. Mi pequeño, por esas casualidades de la vida, inicia su primer grado en el mismo centro educacional por el que un día yo también cursé mis estudios primarios. Siempre el inicio, lo nuevo, suele provocar llantos, miedos, preguntas… pero sentí la confianza de que una maestra me sustituirá la mayor parte del día brindando amor, además de sabiduría.
Esta maestra, a pesar de su juventud, me hizo recordar a Zenaida, educadora que con la que descubrí el mundo de las letras y los números, que desde esa edad precoz me pronosticó que mi vida giraría en torno a las palabras. O a Josefa, que encontró en los títeres los mejores aliados para los pequeños que empezaban esta enseñanza.
Reconocí las mismas pizarras, gastadas por el tiempo y las tizas; pero no estaban cansadas. Al contario, listas para cargar más trazos. Reconocí también la misma plaza en la que me pusieron la pañoleta y en octubre se la pondrán a mi pequeño, en la que aprendía a izar y doblar la bandera más hermosa del mundo: la cubana, en la que juré ser como el Che y recité los versos del poema Abdala escrito por Martí. Allí hice amigos para toda la vida.
Forrando los libros redescubrí a mis viejos amigos Lapicín y Margarita, qué niños cubanos no los recuerdan. Me alegré de ver cómo cada estudiante hoy tiene al alcance los materiales necesarios, algunos de los que carecí por ser una generación de periodos difíciles.
 Yo tuve que borrar cuadernos de trabajos de otros para rescribirlos, el país no podía fabricar nuevos, escribí con mochitos de lápices que se alargaban con tapas de bolígrafos, me colgaba la goma al cuello, porque en esa época era difícil conseguir alguna y esa debía durar el curso entero, yo también llevaba refuerzos para el almuerzo que podía ser desde huevo hasta platanitos fritos con azúcar y escribí en hojas escritas al reverso. Mis blusas de uniforme fueron heredadas de mi hermana y se hicieron transparente hasta que la talla se achicó. En aquel tiempo no estábamos en condiciones de fabricar uniformes para todos los continuantes.
A pesar de todo, aprendí. Carencias hubo miles pero nunca me faltó una maestra. Ahora, al paso del tiempo, entiendo la inmensidad de esta profesión, ellas como miles de cubanos también debieron sufrir de necesidades y apagones, sin embargo nunca les faltó la paciencia para enseñar.
Hoy miro a mi pequeño por las mañanas y siento que es un niño privilegiado. La educación en Cuba siempre ha sido una tarea de titanes, aún en difíciles condiciones como las de las escuelas serranas, hospitales pediátricos o con carencias materiales, nunca ha faltado un educador dispuesto a mostrar el mundo de la sabiduría.
A veces no valoramos estos detalles, en ocasiones lo convertimos en slogan pero cuando hay que volver a vivirlos, cuando comparas con tu pasado, te sientes orgullosa  y sin dudas, quisieras volver a empezar el curso.

miércoles, 21 de enero de 2015

La isla de Troya



Cuba-(2)Tomado de El Blog de Salvador Salazar
Los troyanos despertaron con la noticia de que el asedio a su ciudad había terminado. Durante largos años aqueos y troyanos habían contendido en las playas de Ilión, habían envejecido haciéndose la guerra; una guerra que había sido cantada en todas las lenguas del mundo, se habían levantado estatuas en honor a los héroes, inmortalizado a estos en leyendas de dioses y se habían grabado en piedra grandes principios por los que mataría y moriría la humanidad en los siglos venideros.
Pero el tiempo, que recuerda siempre la brevedad de la vida humana y la fugacidad de nuestros actos, terminó imponiéndose entre las gentes. El tiempo que todo lo perdona. Que todo lo relativiza. Que todo lo olvida: El honor y la guerra. El odio y el amor. La arrogancia. El silencio.
Helena, quien fuera en su juventud la mujer más bella del mundo, causante de un conflicto que se prometía eterno, era ahora una anciana achacosa y desdentada. Paris, su raptor enamorado, había muerto hacía años de un problema cardiaco, mientras que un viejo Héctor, hijo del fallecido Príamo, arengaba a las tropas desde lo alto del palacio real de Troya. Menelao también había muerto, Ulises tenía problemas en el páncreas y altos los triglicéridos, y Aquiles era un viejo sentimental con reuma en el talón, que lloraba todavía a Patroclo desde las naves griegas, muchas de ellas encoradas en la playa a causa de los años de inactividad.
La ciudad de Troya mostraba también las heridas de un largo, muy largo, asedio. Los griegos se habían adueñado de los fértiles campos que circundaban a Ilión, dejando a los troyanos confinados detrás de los gruesos muros de su plaza. Allí vivieron por generaciones, entonando canciones guerreras y preparándose para el combate. Allí tuvieron hijos y celebraron fiestas en honor a los dioses, allí cuidaron de sus enfermos y enterraron a sus muertos.
La vida, tras los muros de Ilión, fue la del soldado que vive el asedio; y no solo los guerreros, sino sus mujeres, sus hijos y los ancianos se acostumbraron a la cultura del campamento y la castra, de la ración de guerra y el himno militar, de la sobrevida. El tiempo y la circunstancia de ser lo que eran, unos sobrevivientes de la furia de los griegos, les trasmitía una inmensa sensación de victoria, pero también de hastío.
Los troyanos, amantes del mar y de los espacios abiertos, aprovechaban las frecuentes treguas para sentarse en lo alto de las murallas que rodeaban la ciudad, y desde allí disfrutar de la brisa marina y de la contemplación del océano. Los muros, que preservaron a Troya de la invasión de los aqueos, contuvieron el espíritu de los troyanos, que de habitantes de una ciudad comercial abierta al tráfico de mercancías en toda el Asia Menor, se volvió una urbe ensimismada en su radio de intramuros, un pueblo que abrevaba el ganado en las fuentes de la ciudad y se burlaba de su propia decadencia.
En ocasiones se producían deserciones. Edificios que colapsaban de vejez y polvo. Troyanos que enfermaban de claustrofobia, del mal del encierro. Algunos, en la noche, lanzaban una cuerda y se deslizaban por el muro. A veces el cordel se rompía en medio de la oscuridad y al salir el sol los guardias descubrían un cuerpo aplastado por la caída al vacío. Otros lograban el difícil descenso y se iban sigilosamente, esquivando además a los guardias griegos. Se iban lejos de la guerra. Desaparecían.
Pero un día, cuando ya casi nadie así lo esperaba, los aqueos se montaron en sus barcos y emprendieron rumbo a la Hélade. La flota de mil barcos, comandada por un viejísimo Agamenón, partió finalmente de las costas de Troya.
Pasó un día. Pasó otro. Y los troyanos comenzaron a impacientarse. Uno de los guardias que custodiaba los grandes muros de la ciudad se paró desde una de las atalayas y gritó fuerte en dirección al mar:
¡Váyanse al carajo, aqueos de mierda!
Nadie respondió. La playa era todo silencio.
Otro soldado, envalentonado, se paró en lo alto de la muralla y gritó aún más alto:
Aquiles… ¡maricón!
Tampoco obtuvo respuesta.
Entonces la gente se reunió en la plaza mayor de Troya.
Parece que ganamos la guerra –se decían los unos a los otros. Y el pueblo se abrazaba y bailaba. Pero otros permanecían con el rostro contrariado:
Los griegos son traicioneros –decían –hay que ir a explorar para ver si se fueron realmente.
Entonces llegó a la plaza Yusimí de la Caridad, hija de la legendaria Casandra, adivina que podía leer el destino a partir de las señales del presente.
Nos van a joder –dijo –Nos van a joder –repitió.
Pero nadie le hizo mucho caso.
Al final decidieron enviar exploradores a la playa. Solo había un problema. No apareció por ningún lado la llave que abría la gran puerta que comunicaba la ciudad con el mundo exterior. Cerrada hacía ya tanto tiempo que nadie recordaba, al parecer la llave se había extraviado en algún rincón de la ciudad. Ese día hubo que descolgar exploradores a lo largo de la muralla, quienes después de caminar de un lado para otro hicieron señas a los de arriba:
Todo está bien –dijeron.
Al día siguiente un contingente de voluntarios pateó la puerta. Y nada. No se abría. Alguien tuvo una idea:
¿Y si le damos un empujoncito desde afuera? –capaz que esté trabada.
Entonces se les ocurrió revisar la puerta por fuera. Y descubrieron, para el asombroso y el desconcierto general, que ahí estaba, puesta en su cerradura, la famosa llave. Parece  que con el apresuramiento alguien la dejó ahí olvidada en los días antiguos del primer encierro. Por suerte los griegos tampoco se habían dado cuenta en todos aquellos años de asedio.
La llave abrió la cerradura y la puerta giró. Un viento fresco entró por el boquete. Troya respiró el aire limpio del mar. Y fue feliz. Ese día hubo una gran fiesta en la playa. La gente se emborrachó, se bañó en el mar, hizo el amor en la arena. Pero al día siguiente los troyanos amanecieron en medio de los gritos de los vigías que se seguían montando guardia desde lo alto del muro.
Corran a la ciudad. Las naves griegas regresan.
Y todo el mundo comenzó a maldecirse por tener que volver a las calurosas y sucias calles de Troya, con lo bien que se estaba de fiesta en la playa. Para allá fueron, y desde los muros comenzaron a tejer planes para dos o tres generaciones más de resistencia.
Pero pronto descubrieron que los mil barcos de Agamenón no regresaron con soldados ni armamento de guerra. Los escudos se habían cambiado por maletas y mochilas, quitasoles y trajes de baño. Eran doscientos mil turistas griegos. De Micenas. De Esparta. De Tebas. De Ítaca. Miles de turistas griegos con cientos de miles de dracmas para gastar en las calles de Troya. Turistas griegos en busca de frondosas troyanas. Turistas griegos en busca de la magia del Asia Menor, de la que tanto habían oído hablar pero nunca habían visto con sus propios ojos. Turistas griegos hablando de los portentos de la comunicación asamblearia, de los juegos olímpicos, de los debates en el Ágora.
Nos van a joder –volvió a decir Yusimí.
Pero nadie la escuchó. Los troyanos estaban ya preparándose para vender suvenires y  abrir las tabernas a los forasteros.

martes, 13 de enero de 2015

¿Es Santiago una ciudad violenta?



 Yamilé C. Mateo Arañó
Santiago de Cuba tiene fama de que su gente además de solidaria y jaranera se parece también al mismísimo toque del tambor o el arrollador baile de sus congas.
Algunos aseguran que la sangre que corre por las venas de la ciudad es caliente y explosiva, surgida de la misma mezcla que conforma la población santiaguera.
Existen barrios particularmente marcados como violentos, generalmente son aquellos apartados de la ciudad que antes de la Revolución vivían personas de muy bajos recursos y en condiciones precarias, que fueron marginados durante muchos años.
Sin embargo durante el fervor revolucionario clandestino muchos de los jóvenes de estas barriadas dieron su aporte de una manera intrépida y valerosa, o sus nombres engrosaron las filas de los que lucharon en Angola.
Y hoy aunque son muchos los adelantos sociales de cada territorio, las mejoras en las viviendas y acceso de empleos, incluso el número de universitarios y personas integradas social y políticamente, el barrio ha dejado una impronta en la manera de comportarse y entender la vida.
Mariela es universitaria y vive en Chicharrones, sus padres son también profesionales pero sabe que su barrio es distinto a otro, “mira lo que quizás en otros lugares pasa inadvertido, o se arregla en reuniones o con una conversación pacífica aquí es de una manera violenta. Si no eres así y demuestras miedo te ponen el sello, así ha sido siempre y estas conductas se transmiten de generación en generación.
“La fama de Chicharrones se la ganaron a golpe de guaperías, y aunque en la actualidad ya no es como antes siempre quedan sus rezagos que inculcan en el seno familiar”.
Javier es de la avenida René Ramos Latour, tiene ya 50 años y siempre ha vivido en esta zona, “yo conozco a casi todo el mundo por aquí, y cuando uno piensa en por qué la gente es así hay que tener en cuenta que los primeros que se asentaron en esta zona eran personas muy pobres y marginadas por su estatus social o racialmente y tuvieron que adoptar ciertas conductas un poco que para sobrevivir, aunque después del triunfo de la Revolución tuvieron acceso a todos los servicios de la sociedad de manera igualitaria, quedó en la conciencia de las personas maneras de comportarse y se transmitieron durante años.
“Cuando yo era un muchacho por ejemplo, estábamos en el detalle que si veníamos caminando por una de las aceras estrechas de la ciudad y de frente venía otro hombre, el que debía ceder el paso era el contrario, o cuando uno se pasaba de tragos siempre había un socio que venía cuidándote las espaldas, a veces sin que nos percatáramos, pero nos protegíamos así”.
Aún así no pretendo estigmatizar ninguna zona de la ciudad, aunque el índice delictivo sea mayor en algunas más que en otras, lo importante es crecerse según demande sus tiempos, intentar ser una persona íntegra en dependencia del barrio en que vivas.
 Sin sellos, sin dogmas ni marcas que siga siendo los pobladores de estas tierras tan cálidos como su temperatura pero que siempre reine el respeto y la integridad social.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

En las maletas… un puñado de Cuba



Pasaporte y pasaje a mano, el corazón de tanto latir parece romper la ropa, el nudo en la garganta a punto de explotar como lágrimas, la incertidumbre de un mañana desconocido, aunque siempre con la esperanza de que sea mejor, la despedida y esa frase de Voltaire  que se acopla al momento de que “partir es morir un poco” y la familia que llora. Espera volver pronto; mientras tanto, lleva en las maletas un puñado de Cuba…
La emigración cubana ha sido marcada, como la de ningún otro país por mitos y estigmas. Aunque ha sido signada indiscutiblemente  por factores políticos, económicos o sociales, cada época ha marcado sus diferencias, la actual es una de estas.
El principal país receptor es Estados Unidos, de hecho en un censo de población realizado en el 2000 en este país arrojó que más de 1.200.000 personas de origen cubano, población aproximada a la de Santiago de Cuba, la segunda más poblada en esta nación.
La cercanía geográfica, las tradiciones en el flujo migratorio, los vínculos económicos y políticos entre ambos países en contextos concretos, el funcionamiento de redes sociales y de parentesco, y las dinámicas transnacionales con huellas económicas y culturales, son algunas de las condiciones que favorecen esta migración.
Además se debe tomar en cuenta los incentivos que tienen los cubanos para emigrar. La Ley de Ajuste les otorga automáticamente permiso de residencia y de trabajo a cualquiera de estos que ponga un pie en el territorio de EEUU.
Como si no fuera suficiente existe un  acuerdo bilateral en el que Washington se compromete con La Habana a entregar no menos de 20 mil visas anuales a los ciudadanos que quieran salir de Cuba  de forma definitiva.
Sin embargo, siguen surgiendo nuevos programas para "atraer" cubanos: desde el 2006 los médicos de la isla que abandonen las misiones humanitarias en terceros países tienen prioridad para la obtención de visados en los consulados norteamericanos.

Lo paradójico es que en el mismo año 2006 Washington expulsaba de su territorio a 900 mil extranjeros, más de la mitad de ellos mexicanos, según revela una investigación de la Federación Internacional de Derechos Humanos.
No es de extrañar entonces, que en México las mafias traficantes de personas falsifiquen los documentos cubanos para vendérselos a emigrantes de otros países, según refiere el periodista uruguayo  Fernando Rasverg, en su blog Cartas desde Cuba.
Evidentemente, ese interés insólito a favor de que aumente la inmigración a los EE.UU. tiene un contenido político, sin embargo no somos de los que más “se van” en un informe de la Comisión Económica Para América Latina, CEPAL, ubica a Cuba con un 8,7% de emigración (alrededor de 1 millón de personas de 12 millones que tiene su población)  muy por debajo de la media de su región, el Caribe, donde en algunas de las islas vecinas el 20% de la población abandonó el país.
Otras naciones latinoamericanas superan también la emigración cubana, El Salvador tiene un 14,5%, Nicaragua un 9,6%, México 9,4% -lo que significa varios millones de mexicanos dada su población- y República Dominicana alcanza un 9,3%.
El rostro de los que dijeron adiós
Las características de los emigrantes cubanos han variado en el tiempo. Existe un aumento de la participación de mujeres y jóvenes como protagonistas de las migraciones. Datos estadísticos que ofrece el sitio digital cubacontemporánea  afirma que justamente, esa feminización de las migraciones va más allá del incremento de la cantidad de migrantes, pues entraña su participación de manera sistemática, rompiendo la tendencia tradicional de que quienes salían principalmente eran hombres.
Por ejemplo, las cifras indican que desde el 2005 al 2010 alrededor de 4000 mujeres de 20 a 29 años salieron del país y otras más de 3500 de 30 a 35 años, mientras que las que relacionan a los emigrantes masculinos son inferiores.
Emigran personas jóvenes, que salen de la población económicamente activa de Cuba, reduciendo el reemplazo de fuerza de trabajo.
Agrega también esta página que quienes parten tienen, por regla general, un alto nivel de instrucción; sobresale la escolaridad media y media superior, mientras que los universitarios predominan en los abandonos de misión y las negativas de regreso, así como en el Programa Sorteo/Lotería por el Acuerdo Migratorio entre Estados Unidos y Cuba.
En el caso de las salidas ilegales, los niveles escolares de sus participantes son inferiores a los de quienes participan en las otras formas y vías de emigración, se señala en un trabajo titulado Posibles tendencias de la emigración desde Cuba entre 2008 –2009, publicado en 2007en otro sitio. Se le ha llamado “fuga de cerebros o talentos” a la salida de capital humano altamente cualificado. En ese caso, los emigrantes buscan oportunidades profesionales en el exterior y los países de destino adquieren sujetos con elevada formación.
Según el color de la piel, la emigración cubana definitiva hacia el exterior es predominantemente blanca, y la presencia de personas mestizas y negras tiende a prevalecer en las emigraciones temporales y fuera de Estados Unidos, lo cual está asociado a patrones de selectividad establecidos por los países de recepción.
La búsqueda de mejorías económicas, la aspiración a encontrar contratos laborales que proporcionan mayores ingresos y la reunificación con familiares residentes en el exterior son algunas de las principales motivaciones para irse de Cuba. También se desea acceder a nuevas oportunidades de estudio a partir de becas académicas y conocer países con culturas diferentes.
Más recientemente, a partir de 2010, con el desarrollo del trabajo por cuenta propia, hay quienes salen con el interés de participar desde el exterior en el desarrollo de prácticas privadas en Cuba, mediante el envío de remesas. Así mejoran su condición económica y favorecen la de sus familiares.
Existen otros que emigran con carácter temporal y de manera frecuente, viven en condición de circularidad, en un “ir y venir” en el que se comparte el tiempo de estancia entre Cuba y el país, o los países, que se visitan.
La voz de los que se despiden
Un buen amigo en forma de jarana siempre me dice que si uno levanta una piedra en cualquier parte del mundo, puede salir un cubano.
Y es que muchos son los países receptores de los emigrantes de esta nación que salen buscando mayores ingresos para ayudar a los suyos. Una de ellas es Lizi, de 22 años, nacida en un municipio santiaguero y graduada de Ciencias Informáticas, se casó con un panameño que vino a estudiar Medicina  y decidió irse con él  a vivir a su país, porque “con mi preparación académica puedo encontrar algún trabajo en el que me paguen bien y así ayudar a mi familia. Yo hubiese querido criar a mis hijos en mi tierra, cerca de los míos, quizás algún día si tengo suerte financieramente, pueda realizar este sueño.”
Manuel  era profesor universitario en esta ciudad y se le presentó la oportunidad de realizar una maestría en España, luego de culminarla decidió no regresar “Cuando estaba allí me hicieron una propuesta de trabajo en el que me iban a pagar muy bien, lo pensé mucho porque eso implicaba dejar a mi niña aquí, pero lo hice con la esperanza de tenerla algún día a mi lado y de recuperar el tiempo perdido”.
Yisel recién terminaba el pre universitario cuando salió con su mamá y hermano por las facilidades del  Programa del Sorteo que ofrece Estados Unidos a los de este país. “Ser un cubano – norteamericano es ser un emigrante con privilegios, todos es política pero lo cierto es que te ubican para que no pases las mismas necesidades que otros que provienen de diversos países latinoamericanos.
“Nosotros no salimos por estar en desacuerdo con el sistema como quieren hacer creer sino buscando mejores condiciones económicas, mi hermano y mi mamá son universitarios y trabajan en lugares afines con sus profesiones, yo estoy estudiando para asegurar mi futuro también”.
 Alfredo Pérez, joven que fue reclamado por su hermana con residencia americana, habla de sus experiencias luego de cinco años fuera del país: “Al principio me fue difícil acostumbrarme a un mundo totalmente nuevo en todos los sentidos . Hay que vivirlo para entenderlo. El idioma, la cultura. A veces me siento con un vacío inmenso, porque el emigrante deja todo atrás, sus raíces, su tierra, sus amigos y su familia. Es muy doloroso pero uno siempre espera prosperar para que esos que quedaron atrás también lo hagan. Cuando uno se adentra en las redes sociales en internet existe un sustantivo común que une a los que están en otras latitudes, la nostalgia. Todos hablan de la añoranza por su barrio, sus paisajes, sus hogares, en fin que en cada uno se ha quedado un pedazo de Cuba.

martes, 14 de octubre de 2014

Un Pedazo de Cuba en la distancia

Mis amigos se están yendo, y les robo este sintagma al dúo Buena Fe porque es también mi verdad. Encuentro a menudo con asombro, en las redes sociales, a vecinos o amigos con los que compartí alguna etapa estudiantil que residen en las más diversas latitudes.
Negar el proceso migratorio en una parte de la juventud cubana sería tapar el sol con un dedo.
Y es que emigrar a lugares con mejores condiciones de vida es algo intrínseco de la naturaleza humana. Ninguno de mis amigos se ha ido del país por problemas políticos a diferencia de los que quieren divulgar muchos medios extranjeros.
El desgarre económico de un bloqueo por más de 50 años a esta nación ha provocado que el viajar al extranjero con recursos propios sea privilegio de unos pocos, por eso se ha convertido en el anhelo, sobre todo de los más jóvenes.
No son pocos los que consideran la emigración una etapa de la vida y pretenden volver a Cuba algún día para reunirse con la familia. Lejos de críticas, de miedos a nombrarlos como en tiempos pasados, en cada uno existen historias de valentía, de lucha constante en un país extraño por salir adelante.
No todos triunfan, como pretenden hacerles creer a “los que se quedaron”, necesidades, pobreza, humillaciones la padecen muchos cubanos que se convierten en extranjeros en tierras lejanas.
Sé de los que la nostalgia por su gente, por su barrio, su sol y sus olores se les agranda en el pecho hasta que duele.
Uno de mis amigos confiesa creer descubrir rostros conocidos en Barranquilla, al parecer la añoranza le juega trampas, otro pintó una bandera cubana en toda una pared de su cuarto y guarda receloso en una caja un puñado de tierra cubana y así se multiplican las historias de los que a pesar de la distancia siguen amando a su pueblo.
No son solo los cubanos que emigran, de todos los países subdesarrollados existen quienes salen buscando mejor fortuna. Pero cargan en su mochila un poco de patria, y aunque pasen los años siguen arraigados a sus raíces. Existe una canción del grupo cubano Orishas que refleja lo se siente lejos de su tierra:(…)triste el hombre que ha dejado atrás/su sol, su gente, su camisa/sin pensar tan lejos cambia todo/ y la nostalgia te hace trizas (…)
A pesar de que admiro el ingenio y el empeño que muestran mis amigos mientras se forjan un camino, a los que se levantan tras todos los traspiés de economías capitalistas, yo me quedo con todas estas cosas.
Soy de las que prefieren ser parte de un país que trata, a pesar de los contratiempos, de salir adelante; que experimenta mientras camina, aunque no todo salga bien, pero siempre piensa en el bienestar de su gente; que aprende de sus errores, y aunque le cueste volver a levantarse no cesa en el empeño.
Yo me quedo con este sol aunque me arda la piel, con la gente que sin conocerte eres “mi amor”, “mi vida” y hasta te brindan tu casa para lo que necesites.
Quiero seguir siendo parte inseparable de Cuba, de los cubanos que no se quieren ir; de los que se censan y participan. Tengo fe en que un día mis amigos regresen para siempre, que las aspiraciones juveniles puedan respaldarse en la economía cubana, que los mares no necesiten separar a las familias y sobre todas las cosas que nadie más necesite guardar un pedazo de Cuba en la distancia.