El calendario marcó ese día como el de San Rafael, el
Médico Divino, pero con seguridad los santiagueros lo recordarán, por muchos
años, como el de la llegada del huracán Sandy.
Quien ve las fotos o revive
las angustias de aquella madrugada que se tornó rojiza mientras árboles y tejas
volaban con la furia del viento, y las paredes se desplomaban cansadas de
luchar contra la tempestad, el que recuerde los rostros de dolor en las calles
al amanecer mientras veían una ciudad que yacía en escombros, se sorprende como
a solo un año se levantó de sus cenizas,
para demostrar la valía de su gente.
Aún mostramos muchas cicatrices
de las heridas que aquel embate agudizó, pero hoy con la disposición de un
pueblo con voluntad de seguir, Santiago resurge del dolor y del desaliento
mostrándose en sus entrañas una savia fortalecida que recorre sus calles.
En cada recodo de esta
ciudad ha llegado la luz de la esperanza, incluso en los barrios donde la
necesidad y desesperación habitó en lugares inimaginables.
Sandy, a pesar de dejar una
estela de dolor fue la brecha para convertir esta urbe en un lugar más seguro y
lograr un mayor resguardo y confort para la familia santiaguera.
Este huracán de nombre
sonoro sirvió para repensarnos y mirarnos por dentro, destapó con furia
nuestros mayores problemas, lastimó con saña las heridas que nos dolían hace
bastante.
Pero nos
levantamos, secamos las lágrimas, sacudimos el polvo del raspón de la rodilla y
hacemos en el día a día de este lugar, una ciudad que renace
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