Yamilé C. Mateo Arañó
Nací en la década de los ochenta, y sólo escuché de las navidades por los
recuerdos de mis padres. Para colmo gran parte de mi niñez estuvo influenciada
por un período “muy especial” y lo que conocí de arbolitos de navidad eran los
pinos adornados con cascarones de huevos y algodón como los reyes magos, poli
espuma desgranada que simulaban la nieve y todo lo que fuese papel brillante eran los
adornos de aquel arbusto.
Nadie en mi entorno hablaba de la fecha hasta que feriaron el 25 de
diciembre por petición del Papa Juan Pablo II. Empezaron los primeros arbolitos
con sus luces y los Papá Noé en las casas con familiares en el extranjero,
después a venderse en las Tiendas Recaudadoras de Divisa, hasta hoy que existen
de todos los tamaños y precios.
Aún así, fueron tantos los años sin el espíritu navideño que en los de
mi generación ha sido difícil sentirse identificados con la ocasión, a veces
veo fotos de ciudades en otros países donde esta fecha se celebra por todo lo
alto con colores, lumínicos y tengo la esperanza que alguna vez en la mía se
pueda sentir esta alegría por las navidades nuevamente.
Por otro lado, el 6 de enero, cuando llegaban los Reyes para mis padres
en su infancia, es una tradición olvidada. Hoy los avispados niños cubanos,
saben que son los padres quienes ponen
los regalos debajo de las almohadas, y otros como mi Darío, de tres años, no
entiende que esos regordetes montados en animales que no se ven en Cuba como
los alces o camellos, rodeados de nieve puedan llegar hasta su casa en este
caluroso país caribeño.
Además hoy la mayoría de los juguetes se comercializan en CUC, no todos
los padres en la actualidad pueden dar esos gustos cuando existen otras
prioridades para la economía familiar.
Las navidades cubanas de estos tiempos o la culminación del año se
matizan de diferentes formas, yo me quedo con los cocos que rueden por el piso
a recoger lo malo del año que acabó y con el balde de agua que limpie la
entrada del venidero.
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