martes, 12 de noviembre de 2013

Las profundidades del alma de un pueblo



En ocasiones, apenas se necesita un pie forzado para convertirnos en filósofos y analistas sociales, solo que podemos pecar de superficiales en el afán,  como sucedió  después del discurso de nuestro presidente en el que inventarió, por decirlo de cierta manera, algunos de los problemas por los que pena la Cuba de hoy.
Se escuchó con frecuencia que en las organizaciones de masas o políticas se realizaron talleres sobre la formación de valores o que el análisis de estos estuvo incluido en el orden del día de alguna reunión, incluso, que el tema fue reflejado en la preparación de los planes pedagógicos, en muchos centros escolares,  como si fuese asunto de copiar en la pizarra.
Muy poco nos detenemos a pensar en las causas mientras vislumbramos una juventud perdida o un tiempo que va en detrimento. Las carencias de los últimos quince años no solo hicieron mella en la economía sino también en el alma de este pueblo.
Así recuerda Gerardo Nápoles cuando le hablo de la solidaridad, “Hace unos años en una parada, nunca se me olvida que fue un lunes casi a fin de mes porque yo no tenía en el bolsillo más que el dinero exacto para la guagua, puse delante a una embarazada, y casualmente cuando me iba a montar, el chofer determinó que yo no cabía. Pasó casi una hora hasta llegar la otra, ese día me pusieron una raya roja en la tarjeta, y hasta en una reunión del núcleo del Partido me analizaron, y todo por un gesto de solidaridad.
“Me ha sucedido también que en el ómnibus le he dado el asiento alguna muchacha y lo que hacen es que sientan al novio o al marido en el lugar cedido y ellas se sientan en sus piernas”.
Las personas piensan según viven, y las medidas adoptadas en un entonces para salvar una economía que se derrumbaba dividieron en clases a este país. Los que recibían remesas del exterior o manejaban los dólares eran los que más desahogados vivían. Y todo esto trajo consigo las diferencias, en las escuelas, en el barrio...
En el 2do Congreso de la AHS, en una intervención de Abel Prieto se refirió como las banalidades son entronadas precisamente por este grupo de personas que se sienten mejores que otras hasta por tener un celular más moderno, sobre todo en las nuevas generaciones.
Llegamos al punto de que en muchas instalaciones el cubano se menosprecia delante de un extranjero, y le revisamos los bolsos en la entrada de una tienda  a un coterráneo mientras a ellos los dejamos pasar con mochilas llenas.
Eduardo Morales recuerda con cierto aire de impotencia cuando tuvo en una ocasión que ir a un banco a depositar un cheque de su empresa y él acostumbraba en aquel entonces a trasladarse  en su bicicleta como su medio de trasporte, por eso usaba shorpetas por debajo de las rodillas. Esa vez el portero del banco no le permitió la entrada por su vestuario, que según aquel, era inapropiado, sin embargo mientras “dialogaban acaloradamente” entraron dos turistas en camisetas, chancletas y short corto.
No es un secreto para nadie que el índice de prostitución aumentó, y que existen madres que anhelan que sus hijas se encuentren a un extranjero “para mejorar su vida.” Pero sin mirar tan lejos, en cuántos barrios en vez de repudio ellas encuentran admiración por ser las que más “aportan” en las fiestas de la cuadra y son tratadas como triunfadoras.
Por otra parte el descontrol, el despilfarro, la doble moral en los cuadros de varios sectores abrieron la brecha al desvío de recursos. No fueron pocos los que se enriquecieron con los bienes del Estado, y el ser crítico en la cuadra o en el centro laboral fue un defecto que te marcaba como un delator.
Hoy no todos los jóvenes valoran los conocimientos universitarios como una meta profesional, sino el empleo con una remuneración que satisfaga las necesidades básicas.
No por falta de vocación se dejan las pizarras, por decir una de las profesiones que más padece del éxodo, para ocupar plazas de porteros, auxiliar de limpieza o custodios, en algún hotel o corporación.
La escasez de educandos ha provocado como daño colateral que no siempre al frente de nuestras aulas esté la persona adecuada para educar más que para instruir.
Nos lamentamos escuchar palabras obscenas en lugares públicos, pero cuántos  temas musicales groseros han tenido los primeros números en los Hit Parade nacionales, y son difundidos por nuestros medios. 
Para exigir que nuestros vecinos convivan en un ambiente de respeto existen leyes que sancionan y muy pocas veces son impuestas con rigor. Al contrario, reclamar nuestros derechos en la comunidad nos puede convertir “en los metiches o problemáticos”, aunque les afecte a todos por igual.
Cuba sobrevivió como pudo, y aún lo hace. Los valores no se han perdido sencillamente han cambiado, revolucionan conjuntamente con la sociedad, no se mantienen estáticos.
Inculcarlos o revocarlos no es cosa de maratones, de panfletos engavetados ni consignas. Reconocerlos es un paso de avance pero solo el diarismo y la experiencia personal nos va apropiando de ellos. La manera de vivir los condiciona en cada cubano y es que para entender a Cuba hay que latir con ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario