miércoles, 20 de noviembre de 2013

Llenando espacios vacíos




“Yo quiero dormir en el piso, pon a mi hermanito al lado mío para abrazarlo”, decía el mayor llorando cuando llegó la noche en aquel ambiente extraño para ellos, mientras las educadoras intentaban  acostar a estos pequeños recién llegados.
Luis y Juan no son los nombres reales de estos niños de 1 y 3 años, pero bastante tristeza llevan consigo y pagan sin saberlo apenas, los horrores del mundo de los adultos. Cuando llegaron al Hogar de Niños sin Amparo Filial La Casita, en Vista Alegre, estaban casi sin ropas, sucios, hambrientos y asustados. Los padres habían salido hacía casi un mes sin decir a dónde y llevándose las llaves de la casa, dejándolos al cuidado de otro menor.
A los dos días, según las educadoras parecían otros, con los cabellos recortados, limpios y más sedados. Es que en este centro, todos están dotados de una paciencia y amor infinito porque trabajan generalmente con niños  tristes, con trastornos emocionales, con carencias de cariño y poco apego familiar.
Calmados y rodeados de amor duermen tranquilos estos pequeños en La Casita


“La vida tiene sus propias redes, yo vine por un problema de salud sin saber a lo que me iba a enfrentar, al principio las historias de estos pequeños me producían tanto dolor que en algún momento pensé que no podía, pero me fortalecí gracias al deseo de ayudarlos” comenta Deysi Carmenati Calzado, educadora de La Casita.
En esta institución se alojan niños de 0 a 5 años, que vienen de hogares con padres psiquiátricos, alcohólicos, presidiarios, fallecidos o que abandonan a los hijos.  Durante el día asisten al Círculo Infantil y en la noche el personal que labora en el local los recibe como una familia adoptiva que les enseña buenos modales, se preocupan por el aprendizaje y el desarrollo psicomotor adecuado, por la ropa limpia y una correcta apariencia. Pero más que nada, de darles amor a aquellos que por infortunio carecen de este, en la edad de entender el mundo que les rodea con las primeras preguntas, de necesitar tanto como el alimento, del beso en la mejilla y el abrazo amoroso.
Ni solos ni desamparados
En el Hogar Infantil ubicado en Boniato donde viven los niños hasta alcanzar la mayoría de edad  tampoco les falta amor. Los nueve pequeños que conforman la matrícula actual del centro encuentran en cada una de las asistentes educativas una madre sustituta que además de cuidar de la higiene personal, de buscarlos en las escuelas, de inculcarles buenos modales, de asistir a las reuniones de padres, les brindan el apoyo y amor de una madre.
Para Juana Hormigó, trabajadora del centro hace más de diez años para laborar en centros como estos se necesita de mucho corazón, “si algunos de estos niños te lo ingresan una es la que está al lado de ellos en un hospital, cuando tienen algún problema nos convertimos en su hombro. Algunos de los egresados mantienen lazos de amor con nosotras, tanto es así que en no pocos casos hemos logrado que nos digan mamá. Hay uno de ellos, Leonardo, que hoy está ubicado en un puesto laboral y cada vez que tiene algún problema me llama o me visita a la casa como un hijo más.
“Para fin de año, venimos primero a compartir con ellos en la cena, bailamos y  nos reímos como si fuésemos una familia de verdad. En nosotras, conjuntamente con la psicopedagoga  del centro, encuentran las respuestas oportunas a las inquietudes de la edad y de su propia condición. Para atender a estos niños nos guía sobre todas las cosas el amor, ellos son como nuestros niños y uno trata de formarlos en la vida como haríamos con los propios. Es muy grato,  el día de las madres recibir un papel hecho por cada uno con una frase, un poema agradeciendo lo que hacemos por ellos. ”
Inculcar los buenos hábitos forma parte de la cotidianidad
Eliannis Margarita cumplió los 16 años recientemente en el centro, estudia Elaboración de Alimentos en el Politécnico Pepito Tey y sueña con pasar el Servicio Voluntario Femenino  y cursar una carrera militar.
A los niños del Hogar les permiten hacer prácticas laborales en la misma Institución
“A veces me siento muy triste, mucho más cuando viene a visitarme mi mamá y no entiendo algunas cosas, pero siempre encuentro en Mileidis, mi madre sustituta, un buen consejo y palabras de consuelo.”
Educar es un acto inmenso de amor, mucho más cuando la labor es anónima pero cómplice en cada palabra de afecto o en la sonrisa de algunos de estos infantes. No se limita solo a las pizarras ni al pupitre, se palpa en cada beso consolador o en los abrazos que se dan cuando parece que la soledad es demasiada carga para espaldas que comienzan a vivir.
Los trabajadores que interactúan con los niños sin amparo filial cada día ayudan a estos jóvenes espíritus a luchar contra ausencias y carencias emocionales llenando cada vacío con dedicación y, sobre todo, con mucho amor.

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