“Yo quiero dormir
en el piso, pon a mi hermanito al lado mío para abrazarlo”, decía el mayor
llorando cuando llegó la noche en aquel ambiente extraño para ellos, mientras
las educadoras intentaban acostar a
estos pequeños recién llegados.
Luis y Juan no son los
nombres reales de estos niños de 1 y 3 años, pero bastante tristeza llevan
consigo y pagan sin saberlo apenas, los horrores del mundo de los adultos.
Cuando llegaron al Hogar de Niños sin Amparo Filial La Casita, en Vista Alegre,
estaban casi sin ropas, sucios, hambrientos y asustados. Los padres habían
salido hacía casi un mes sin decir a dónde y llevándose las llaves de la casa,
dejándolos al cuidado de otro menor.
A los dos días, según
las educadoras parecían otros, con los cabellos recortados, limpios y más
sedados. Es que en este centro, todos están dotados de una paciencia y amor
infinito porque trabajan generalmente con niños
tristes, con trastornos emocionales, con carencias de cariño y poco
apego familiar.
Calmados y rodeados de amor duermen tranquilos estos pequeños en La Casita |
“La vida tiene sus
propias redes, yo vine por un problema de salud sin saber a lo que me iba a
enfrentar, al principio las historias de estos pequeños me producían tanto
dolor que en algún momento pensé que no podía, pero me fortalecí gracias al
deseo de ayudarlos” comenta Deysi Carmenati Calzado, educadora de La Casita.
En esta institución
se alojan niños de 0 a
5 años, que vienen de hogares con padres psiquiátricos, alcohólicos,
presidiarios, fallecidos o que abandonan a los hijos. Durante el día asisten al Círculo Infantil y
en la noche el personal que labora en el local los recibe como una familia
adoptiva que les enseña buenos modales, se preocupan por el aprendizaje y el
desarrollo psicomotor adecuado, por la ropa limpia y una correcta apariencia.
Pero más que nada, de darles amor a aquellos que por infortunio carecen de
este, en la edad de entender el mundo que les rodea con las primeras preguntas,
de necesitar tanto como el alimento, del beso en la mejilla y el abrazo amoroso.
Ni solos ni desamparados
En el Hogar
Infantil ubicado en Boniato donde viven los niños hasta alcanzar la mayoría de
edad tampoco les falta amor. Los nueve
pequeños que conforman la matrícula actual del centro encuentran en cada una de
las asistentes educativas una madre sustituta que además de cuidar de la
higiene personal, de buscarlos en las escuelas, de inculcarles buenos modales,
de asistir a las reuniones de padres, les brindan el apoyo y amor de una madre.
Para Juana Hormigó,
trabajadora del centro hace más de diez años para laborar en centros como estos
se necesita de mucho corazón, “si algunos de estos niños te lo ingresan una es
la que está al lado de ellos en un hospital, cuando tienen algún problema nos
convertimos en su hombro. Algunos de los egresados mantienen lazos de amor con
nosotras, tanto es así que en no pocos casos hemos logrado que nos digan mamá.
Hay uno de ellos, Leonardo, que hoy está ubicado en un puesto laboral y cada
vez que tiene algún problema me llama o me visita a la casa como un hijo más.
“Para fin de año,
venimos primero a compartir con ellos en la cena, bailamos y nos reímos como si fuésemos una familia de
verdad. En nosotras, conjuntamente con la psicopedagoga del centro, encuentran las respuestas
oportunas a las inquietudes de la edad y de su propia condición. Para atender a
estos niños nos guía sobre todas las cosas el amor, ellos son como nuestros
niños y uno trata de formarlos en la vida como haríamos con los propios. Es muy
grato, el día de las madres recibir un
papel hecho por cada uno con una frase, un poema agradeciendo lo que hacemos
por ellos. ”
Inculcar los buenos hábitos forma parte de la
cotidianidad
|
Eliannis Margarita
cumplió los 16 años recientemente en el centro, estudia Elaboración de
Alimentos en el Politécnico Pepito Tey y sueña con pasar el Servicio Voluntario
Femenino y cursar una carrera militar.
A los niños del Hogar les permiten hacer prácticas
laborales en la misma Institución
|
“A veces me siento
muy triste, mucho más cuando viene a visitarme mi mamá y no entiendo algunas
cosas, pero siempre encuentro en Mileidis, mi madre sustituta, un buen consejo
y palabras de consuelo.”
Educar es un acto
inmenso de amor, mucho más cuando la labor es anónima pero cómplice en cada
palabra de afecto o en la sonrisa de algunos de estos infantes. No se limita
solo a las pizarras ni al pupitre, se palpa en cada beso consolador o en los
abrazos que se dan cuando parece que la soledad es demasiada carga para
espaldas que comienzan a vivir.
Los trabajadores
que interactúan con los niños sin amparo filial cada día ayudan a estos jóvenes
espíritus a luchar contra ausencias y carencias emocionales llenando cada vacío
con dedicación y, sobre todo, con mucho amor.
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