En ocasiones, apenas se
necesita un pie forzado para convertirnos en filósofos y analistas sociales,
solo que podemos pecar de superficiales en el afán, como sucedió después del discurso de nuestro presidente en
el que inventarió, por decirlo de cierta manera, algunos de los problemas por
los que pena la Cuba
de hoy.
Se escuchó con frecuencia que
en las organizaciones de masas o políticas se realizaron talleres sobre la
formación de valores o que el análisis de estos estuvo incluido en el orden del
día de alguna reunión, incluso, que el tema fue reflejado en la preparación de
los planes pedagógicos, en muchos centros escolares, como si fuese asunto de copiar en la pizarra.
Muy poco nos detenemos a
pensar en las causas mientras vislumbramos una juventud perdida o un tiempo que
va en detrimento. Las carencias de los últimos quince años no solo hicieron
mella en la economía sino también en el alma de este pueblo.
Así recuerda Gerardo Nápoles
cuando le hablo de la solidaridad, “Hace unos años en una parada, nunca se me
olvida que fue un lunes casi a fin de mes porque yo no tenía en el bolsillo más
que el dinero exacto para la guagua, puse delante a una embarazada, y
casualmente cuando me iba a montar, el chofer determinó que yo no cabía. Pasó
casi una hora hasta llegar la otra, ese día me pusieron una raya roja en la
tarjeta, y hasta en una reunión del núcleo del Partido me analizaron, y todo
por un gesto de solidaridad.
“Me ha sucedido también que
en el ómnibus le he dado el asiento alguna muchacha y lo que hacen es que
sientan al novio o al marido en el lugar cedido y ellas se sientan en sus
piernas”.
Las personas piensan según
viven, y las medidas adoptadas en un entonces para salvar una economía que se
derrumbaba dividieron en clases a este país. Los que recibían remesas del
exterior o manejaban los dólares eran los que más desahogados vivían. Y todo
esto trajo consigo las diferencias, en las escuelas, en el barrio...
En el 2do Congreso de la AHS, en una intervención de
Abel Prieto se refirió como las banalidades son entronadas precisamente por
este grupo de personas que se sienten mejores que otras hasta por tener un
celular más moderno, sobre todo en las nuevas generaciones.
Llegamos al punto de que en
muchas instalaciones el cubano se menosprecia delante de un extranjero, y le
revisamos los bolsos en la entrada de una tienda a un coterráneo mientras a ellos los dejamos pasar
con mochilas llenas.
Eduardo Morales recuerda con
cierto aire de impotencia cuando tuvo en una ocasión que ir a un banco a
depositar un cheque de su empresa y él acostumbraba en aquel entonces a
trasladarse en su bicicleta como su
medio de trasporte, por eso usaba shorpetas por debajo de las rodillas. Esa vez
el portero del banco no le permitió la entrada por su vestuario, que según
aquel, era inapropiado, sin embargo mientras “dialogaban acaloradamente”
entraron dos turistas en camisetas, chancletas y short corto.
No es un secreto para nadie
que el índice de prostitución aumentó, y que existen madres que anhelan que sus
hijas se encuentren a un extranjero “para mejorar su vida.” Pero sin mirar tan
lejos, en cuántos barrios en vez de repudio ellas encuentran admiración por ser
las que más “aportan” en las fiestas de la cuadra y son tratadas como
triunfadoras.
Por otra parte el
descontrol, el despilfarro, la doble moral en los cuadros de varios sectores
abrieron la brecha al desvío de recursos. No fueron pocos los que se
enriquecieron con los bienes del Estado, y el ser crítico en la cuadra o en el
centro laboral fue un defecto que te marcaba como un delator.
Hoy no todos los jóvenes
valoran los conocimientos universitarios como una meta profesional, sino el
empleo con una remuneración que satisfaga las necesidades básicas.
No por falta de vocación se
dejan las pizarras, por decir una de las profesiones que más padece del éxodo,
para ocupar plazas de porteros, auxiliar de limpieza o custodios, en algún
hotel o corporación.
La escasez de educandos ha
provocado como daño colateral que no siempre al frente de nuestras aulas esté
la persona adecuada para educar más que para instruir.
Nos lamentamos escuchar
palabras obscenas en lugares públicos, pero cuántos temas musicales groseros han tenido los
primeros números en los Hit Parade nacionales, y son difundidos por nuestros
medios.
Para exigir que nuestros
vecinos convivan en un ambiente de respeto existen leyes que sancionan y muy
pocas veces son impuestas con rigor. Al contrario, reclamar nuestros derechos
en la comunidad nos puede convertir “en los metiches o problemáticos”, aunque
les afecte a todos por igual.
Cuba sobrevivió como pudo, y
aún lo hace. Los valores no se han perdido sencillamente han cambiado, revolucionan
conjuntamente con la sociedad, no se mantienen estáticos.
Inculcarlos o revocarlos no
es cosa de maratones, de panfletos engavetados ni consignas. Reconocerlos es un
paso de avance pero solo el diarismo y la experiencia personal nos va
apropiando de ellos. La manera de vivir los condiciona en cada cubano y es que
para entender a Cuba hay que latir con ella.