lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuando conocí a Darío


    

Ya me habían contado como sería después que lo conociera. Y la realidad superó las expectativas.
Nunca había sentido tanto amor como cuando lo vi por vez primera, Darío se convirtió en el amor más grande de mi vida.

Pero aquella idolatría demandaba mi total atención. Mis largas conversaciones telefónicas se redujeron hasta hacerse nulas en varias ocasiones. Se acortaron mis visitas al peluquero o a la manicuras, la llegada a casa en las tardes están marcadas por el reloj.

Nunca más pude dormir a piernas sueltas, en las noches velo sus sueños, y hasta sus desvelos. Mi bolso cambió labiales y espejos, por pañales, biberones. Mi ropa, antes perfumada e impecable se ensució con frecuencia de purés, jugos, orina…

 Mis placeres se postergaron desde que llegó a mí, no existe dulce que llegue a mi boca si antes no lo comparto con mi pequeño, no gasto ya un centavo sin pensar en él primero y no existe pensamiento que no le pertenezca.

Lloro con su llanto y río con su risa. Me duelen también sus raspones y me angustio si se enferma. Darío ha trasformado mi vida totalmente, pero me siento feliz de que así sea.

Por eso disfruto cada minuto desde que lo conozco, cada juego, ocurrencia. Ahora soy de él más que él mío, por eso lo lleno de mimos y besos.
Su existencia lo vale todo. El cansancio, el sueño, la angustia tienen un sabor a victoria si me extiende esas manitas y con un beso muy mojado en la mejilla me dice                                              ¡MAMÁ!

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