Los médicos cubanos son seres terrenales que como muchos, sufren también de las carencias que proporciona una economía que trata de recuperarse tras años de crisis. Madrugan para llegar temprano a su área de salud y tropiezan con la escasez de transportes urbanos. En numerosas ocasiones trasnochan, sin dormir apenas, haciendo guardias y muchas veces, con una alimentación que no es la mejor.
Lidian también con la falta de medicamentos y de recursos hospitalarios como uno de los flagelos afectados por la economía cubana. Aún así, cargan sobre sus hombros una responsabilidad inmensa, día a día se enfrentan al dolor y sufrimiento de los pacientes y al de sus acompañantes.
Existe una mayoría, que deja fuera sus preocupaciones y se entregan con amabilidad a su labor. Entran a un salón de operaciones con las mejores intenciones de sanar sin importar quién sea el doliente, al ponerse las batas blancas se dedican con devoción a la profesión tan meritoria que es curar.
Hay muchos de estos con mucha ética, que alivian el alma y reconfortan a los enfermos y familiares, sin embargo, hay algunos que extrapolan su cotidianidad y descargan sus angustias con el que acude a ellos para ser atendidos.
Son frecuentes en ciertos profesionales, técnicos de la salud o trabajadores de centros de atención médica, malos tratos, respuestas ásperas a los pacientes o muestras de escasos deseos en su desempeño. No son pocas las situaciones que han aquejado a la población provocándole un malestar psicológico que se les suma al físico.
Un buen galeno además de escudriñar el mal biológico que aflige al que lo asiste debe aliviarlo en su sufrimiento, para lo cual tiene que concatenar no sólo los conocimientos científicos sino buen trato, ética y profesionalidad.
No basta con conocer su código, con aprenderlo de memoria mientras son estudiantes, es necesario también aplicarlo en cada jornada.
No basta con conocer su código, con aprenderlo de memoria mientras son estudiantes, es necesario también aplicarlo en cada jornada.
Sería triste que la pérdida de ciertos valores en la sociedad haga mella también en nuestros trabajadores de los centros asistenciales. Las enfermedades no se compran, estas aparecen como huésped indeseado. Nadie asiste a un centro de atención médica por ocio o placer.
Muchos enfermos además de soportar dolores y malestares son blancos, como diana gigante, de formas descompuestas y tratos inadecuados que denigran la imagen meritoria de la medicina cubana. Y muchos de estas personas afectadas evitando represalias, suprimen y callan sus quejas e inconformidades.
Por eso, me quito el sombrero y tiendo alfombras al que añade a sus consultas respeto e inteligencia, a los que cultivan la ciencia médica con tacto y ética profesional, a los que sanan el cuerpo y alivian el alma con amabilidad o al menos, con una sonrisa.
Al resto, lo invito a reflexionar, a ponerse en el lado opuesto. A despojarse de maletines cargados y dejar aliento y esperanza en cada mano extendida con respeto y amabilidad.
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